El olivo y la sandía, símbolos de la resistencia Palestina

Por Dolores Arce

Los pueblos colonizados, sometidos y violentados siempre han sabido encontrar la forma de burlar las prohibiciones del opresor.

Es el caso de Palestina, hoy nuevamente martirizada por el sionismo israelí que comete un genocidio a vistas y paciencia del dizque “civilizado” mundo occidental.  Las cifras oficiales hablan de 50.000 muertos en los últimos 14 meses, en su totalidad población civil (la mayoría de las víctimas niños y mujeres), ya que Palestina no cuenta con ejército.  Sin embargo, la cifra se estima en cuatro veces mayor, puesto que no incluye los cuerpos no identificados, pulverizados o desintegrados por las bombas, enterrados bajo toneladas de escombros. Para una población palestina de algo más de 2 millones de habitantes en la región de Gaza, una cantidad escalofriante.

Revuelve el estómago el silencio de los organismos internacionales ante semejante crimen de lesa humanidad, así mismo la complicidad de las grandes cadenas mediáticas que se empeñan en justificar los ataques a título del derecho de “defensa” de Israel.  Si bien recientemente la Corte Penal Internacional de La Haya ha emitido una orden de arresto para el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, nada garantiza la condena de este carnicero, Israel tiene muchos socios y cómplices, el principal de ellos: Estados Unidos.

Lleva más de un año esta última arremetida para aniquilar un pueblo – literalmente borrarlo del mapa – de ahí tanta saña para no dejar piedra sobre piedra.  Pero la colonización no es reciente, data de hace más de un siglo, bajo la figura de “Mandato británico”, Gran Bretaña ocupó (perdón, “administró”) el territorio de Palestina por 30 años, hasta que en 1948, después de la segunda Guerra Mundial, las Naciones Unidas decidieran inventar un estado a costa de otro: la creación de Israel, convirtiendo en extranjero en su propia tierra al originario pueblo palestino. Hubiera sido interesante que los Estados Unidos le cedan un pedazo de su país donde los judíos se hubieran integrado con mucha facilidad ya que les une el amor por el dios dinero y el racismo.

Llama la atención la hipocresía de los organismos internacionales, que mientras que sancionan a unos (caso Rusia, que queda “castigada” o excluida de eventos deportivos, artísticos y una serie de sanciones económicas por la invasión a Ucrania) cierra los ojos y mira para otro lado,  cuando se trata de Israel. 

Hay dos símbolos palestinos que le causaron tremendo dolor de cabeza a la potencia invasora, ambos son la representación del territorio, la resistencia y lucha con identidad y dignidad por un futuro mejor.

En Palestina, el olivo no solo es un árbol, es un emblema de identidad y arraigo. Su cultivo, que abarca aproximadamente la mitad de la tierra agrícola del país, sostiene a más de 100.000 familias palestinas. Estos árboles, algunos de miles de años de antigüedad como el histórico Al-Badawi en Al-Walaja, son testigos vivos de la historia, pero también de los desafíos que enfrenta el pueblo palestino.  Desde 1967, las fuerzas de ocupación y los colonos han destruido o arrancado alrededor de 800.000 olivos en Cisjordania, afectando no solo la economía sino también la conexión cultural y emocional de las familias con su tierra.   Con más de 5.000 años de historia, el olivo más antiguo de Palestina🇵🇸 sigue en pie gracias a la dedicación de una familia palestina que, generación tras generación, lo ha protegido de los soldados israelíes y los colonos ilegales que intentan destruirlo. El 26 de noviembre, es el Día Mundial del Olivo, un símbolo de territorio, paz, resistencia y esperanza para los palestinos.

La sandía tiene una historia similar, ya que ante la confiscación y prohibición de ondear la bandera palestina, cuyos colores son rojo, negro, blanco y verde, el ingenio popular remplazó las banderas con mitades de sandías en las protestas.  Hoy en día, la sandía se ha convertido en símbolo de solidaridad con la causa palestina, llegando a viralizarse e incomodando a los usurpadores sionistas.

Cada pueblo tiene su simbología, de acuerdo a las raíces culturales y trayectorias de lucha. En Bolivia, la wiphala y la sagrada hoja de coca son y serán testigos de resistencia y emancipación de los pueblos.  En resumen, territorio, resistencia, lucha con identidad y dignidad.

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