Hace tiempo que los aviones están en el punto de mira por su responsabilidad en el calentamiento global, y aunque ese sector es uno de los más atrasados en la descarbonización, ya hay alternativas al alcance. Se trata del llamado SAF (la sigla en inglés de combustible sostenible para aviación), que emite hasta un 80% menos de C02 que el queroseno convencional. Una de sus variantes puede lograrse a partir de etanol, el biocombustible que en Brasil se hace sobre todo a base de caña de azúcar. Los especialistas pronostican una revolución en los próximos años a nivel mundial, y Brasil, uno de los mayores productores de etanol del mundo, se frota las manos. No obstante, aún hay muchos desafíos en el camino, como el peligro de que la demanda de caña y otros cultivos acabe impulsando la deforestación.
De momento, los SAF están en una fase inicial, como las placas solares hace 20 años. La tecnología funciona y tiene numerosas ventajas (no hay que adaptar los motores de los aviones, por ejemplo), pero aún es cara y falta producción a gran escala. Hasta ahora, la mayoría de estos combustibles se elaboran a partir de restos de grasas animales o aceite de cocina usado, pero con esos insumos no es fácil aumentar la fabricación exponencialmente.