El gran plantón de Oslo: Cuatro presidentes arrastrados

Andrea Arias Moro

​Hay días gloriosos, y luego está el día de hoy.

​Imaginen la escena: Oslo, Noruega. Un frío que congela hasta los pensamientos. Y allí, en la alfombra roja, cuatro mandatarios latinoamericanos (de esos que mueven la colita cuando Washington silba) bajándose de sus aviones, con sus mejores trajes, sus discursos ensayados y sus sonrisas de «foto histórica».

​Iban a coronar a su reina. Iban a aplaudir a la señora María Corina Machado en su (muy cuestionado y ridículo) Premio Nobel de la «Paz».

​Pero, ¡sorpresa! La doña los dejó guindando.

​Sí, mis amores. Se quedaron, literal y metafóricamente, como novias de pueblo: vestidos y alborotados.

​La excusa oficial es «razones de seguridad». La realidad es que casi un centenar de personas decentes se plantaron allí a gritarle al mundo que no se puede premiar con «Paz» a quien ha pedido invasiones, bloqueos y asfixia para su propio pueblo. La presión fue tal, la vergüenza fue tanta, que prefirió no dar la cara.

​Pero lo más delicioso de todo este sainete es ver la cara de los cuatro jinetes del apocalipsis diplomático que viajaron miles de kilómetros para nada.

​Me los imagino en el hotel, con el champán caliente, mirándose las caras.

«¿Y ahora qué hacemos?», preguntará uno.

«¿A quién aplaudimos?», dirá el otro.

«¿Me devuelven las millas del viaje?», pensará el más tacaño.

​Hicieron el ridículo mundial. Fueron a validar una mentira y terminaron validados como lo que son: unos extras en una película mal producida. Son los «groupies» de la injerencia, los fans enamorados que esperan en la puerta del concierto y el artista sale por la puerta de atrás.

​¡Qué pena ajena! Tanta sumisión, tanto viaje, tanto protocolo, para terminar, haciéndole la corte a una silla vacía.

​Mientras ellos pasan frío y vergüenza en Noruega, nosotros desde aquí vemos como ​¡Se les cayó el show!.

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